martes, 26 de julio de 2011

Un puntito gris


Abre el paraguas por las dudas, se acomoda los anteojos negros, suspira por lo que no tiene, se enoja y maldice de antemano por el daño que le podrían hacer, se queja de algo, siempre encuentra un motivo. Luego irradia miedos sobre cualquier proyecto, mueve los hombros con desgano - ejercicio que le permite achicarse a sí mismo - y empieza a caminar perezosamente, dando vueltas, con dudas. Acarrea el peso de la desconfianza, se apoya cada tanto en la mediocridad y retrocede ante la nube allá a lo lejos, porque supone que es un aviso de feroz tormenta. Se agacha para quedar bien ante los poderosos, se esconde con miedo de los que poco tienen por si le intentan robar. No se anima a pelear sin espada, no salta por miedo a caerse. Se distrae de la meta para luego maldecir su mala suerte y por estar todavía tan lejos. Camina lento, murmura “no voy a poder, no voy a poder” y entonces vuelve a detenerse, esta vez para odiar a los emprendedores, a los locos que avanzan más que él, a los que hacen cosas de más ¿para que hacen eso? Si siempre conviene hacer lo que hace la mayoría, o un poco menos, sin arriesgar ni ser distinto. Cada vez más chiquito y desconfiado, llega un buen día que decide no andar más, siempre hay un impedimento, un obstáculo o un problema a mano para dejarse caer y no luchar, - están puestos allí para separar a los hombres de los espíritus derrotistas -. Entonces se quedará metido en su propio pantano interior, buscando ser uno más. No podrá casi verse de lo chiquito que ha ido quedando. Su rutina será criticar. Su meta dejada de lado será: “cosa de jóvenes, sueños insensatos”. Su vida un puntito gris, inadvertido lacayo, resignado sirviente, de los que sí se animaron a brillar.

Rafael Ton

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