jueves, 15 de abril de 2010

Alejandro Magno y el pirata x Rafael Ton
















Un moretón en el hombro, donde llegaban sus cabellos sucios y largos, estaba inflamado. Dos cortes, toscamente vendados - por él mismo -ambos en la pierna derecha. Eran las secuelas más visibles de la batalla.
Su barca, su tripulación, muchos de ellos amigos, habían sido muertos o apresados. Distintos colores de piel, distintas creencias religiosas y hasta idiomas diferentes no habían sido una obstrucción para que se unieran y salieran en aquella barca errante, en busca de riquezas ajenas.
Eran extranjeros en todos los puertos, eran temidos por todos los barcos.Piratas que tomaban un poco de aquello que se les había negado, no tenían casa, ni joyas. Los tapices que hurtaban los cambiaban por comida o por tejidos que sirvieran de abrigo. Las vasijas con especias la trocaban por agua, por carne, por frutas. Los jarrones pintados los intercambiaban en los mercados y obtenían: espadas y madera y metal.
Lo llevaron, atadas sus manos, ante el hombre del que todos hablaban, cuya fama había trepado en las montañas, recorrido las tierras, día y noche, de boca en boca, en distintos idiomas y hasta ellos, que dormían en sus barcos, en la oscuridad más profunda de los mares, habían sabido de Alejandro Magno, su poder, sus batallas ganadas, sus conquistas. Habían dicho que su juventud impresionaba pero mucho más su sabiduría. Habían dicho que su destreza en la guerra y las estrategias que había llevado a cabo, despertaban pasmo y envidia en sus enemigos. Muchos muertos había sembrado la expansión de su reino, es cierto, pero no menos cierto que sus construcciones y los planes para las ciudades antiguas y recién conquistadas indicaban que no era un simple monarca que atesora tierras sólo por ambición. Era algo más que un emperador, Alejandro el Magno le llama el pueblo, el suyo y lo que es más sorprendente: el poco resto del mundo que todavía no ha conquistado también le otorgaba ese apodo.
El pirata sabía todo esto pero caminaba displicente, con la convicción de que lo llevaban ante él para gozar frente a su corte imperial, antes de matarlo. El pirata caminaba desfachatado, manifestando en cada gesto, en cada paso, que no temía a la muerte, después de todo había perdido en cruenta y desigual batalla a sus amigos y a su barco.
Cuando lo vio llegar, Alejandro le hundió sus ojos azul marino, como si escrutara en su alma. Un edecán le toca el hombro y le dijo palabras que Alejandro no escucha. En la sala algunas mujeres vestidas con ropajes níveos y varios militares con espadas y uniformes lo acompañan. También perros y dos hombres de espesas barbas y gruesas panzas que van y vienen con cofres y objetos.
El eximio conquistador levanta la mirada y enfrenta la del pirata, se produce un silencio al instante. El pirata mantiene su postura altiva pero se da cuenta que es verdad, que aquel hombre no es un hombre más.
El lozano seño apenas se arruga y entonces el pirata siente la voz como látigo del emperador: - ¿Quién te crees que eres? ¿El dueño de los mares? Has buscado instalar el terror en todo el mundo.
El pirata no pudo dejar de hacer una mueca cínica y luego de mover la cabeza de un lado a otro, le contestó: - Es solo cuestión de fuerzas. Yo tengo, o más bien tenía, un solo barco, un puñado de hombres y un puñado de armas, por eso me llaman ladrón. Tú tienes un ejército, una flota, por eso te proclaman Emperador.
El silencio se instaló del todo en la sala. Hasta los viejos de barbas espesas dejaron de moverse y los perros dejaron de jadear.
Alejandro Magno tenía una costumbre: cuando algún subalterno venía con una queja sobre otro o con alguna historia que implicaba juzgar a otras personas, Alejandro se tapaba un oído y cuando le preguntaban porque lo hacía, respondía “para escuchar la otra historia puesto que todo río que divide la tierra, tiene dos orillas desde donde cruzarlo u observarlo”.
El pirata fue indultado y dejado en libertad esa misma noche.
Uno de sus generales, sin mirarlo a los ojos y antes que Alejandro Magno saliera del palacio, le musitó: “su majestad, nose si sería aconsejable dejarlo libre, nos ha costado mucho apresarlo y nada indica que dejara de robar o que no pueda reclutar nuevos piratas y alguna embarcación y seguir robando”.
La respuesta de Alejandro Magno, sin aminorar el paso pero elevando la voz para que todos escuchen no se dejó esperar: - más miedo da no tener entre los míos las críticas profundas que acabo de escuchar de este mal llamado terror de los mares.
x Rafael Ton

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